viernes, 3 de abril de 2009

JOSEPH SHERIDAN LE FANU: Fantasmas y Vampiros Decimonónicos


Además de la edición coleccionista en DVD de “Vampyr” –primera adaptación de “Carmilla”- que fue lanzada el mes pasado, ahora nuestra amada Valdemar reedita en bolsillo uno de las mejores recopilaciones de relatos de Le Fanu: “Dickon el Diablo y otros relatos extraordinarios”. Por todo ello es bueno hacer una breve semblanza del que es sin duda uno de los mejores escritores de lo macabro de todos los tiempos. Polémico por su estilo de difícil digestión en ocasiones, pero laureado por cualquiera que sepa apreciar la evocación del terror más ominoso en forma de narración, el irlandés (Dublín 1814-1873) puede vanagloriarse en el más allá de haber llevado un paso más allá la temática gótica, insertando a los fantasmas y a los crímenes en un contexto más psicológico y, por tanto, actual. Sabio seguidor de las enseñanzas del maestro Poe, le debemos algunos hitos literarios tan importantes como la creación del Dr. Hesselius, el primer detective sobrenatural de la historia, además de la escritura de su inmortal “Carmilla”. Un relato –o novela breve- que no solo fue pionera en la literatura vampírica moderna, sino que es una clara influencia en “Drácula”, la obra maestra del género que nos regaló su compatriota Bram Stoker.

Ilustración de Michael Fitzgerald para la edición por entregas de "Carmilla" (Enero de 1872).

Joseph Sheridan fue educado en el Trinity College de su ciudad natal, pronto abandonó la abogacía a la que parecía destinado para dedicarse al periodismo y a las letras. Como colaborador y después editor en jefe de la revista “Dublin University Magazine”, consiguió dar fama mundial a lo que un principio era una simple publicación hecha artesanalmente por los alumnos del centro universitario. Pero a pesar de gozar de cierto éxito profesional, la tragedia golpeó su vida en la muerte de su esposa en 1858 convirtiéndole en un hombre amargado y receloso del mundo. Su pesimismo le llevó a la misantropía, llegando a ser conocido como “el príncipe invisible” y haciendo que se volcara aun más en su literatura; la cual para entonces ya contaba con numerosos poemas, baladas, ficción histórica y por supuesto narrativa fantástica. En este periodo fue quizás cuando más relatos de horror escribió, dicen algunos que como consecuencia de su cada vez más pesimista forma de ver el mundo, y gracias a ellos es hoy en día recordado a pesar de haber sido ignorado por la crítica durante casi un siglo. Y eso a pesar de contar con fans tan ilustres como Henry James.

Lo primero que salta a la vista en los relatos de Le Fanu es su erudición, a veces de una densidad desaforada y que no tiene que ver con el uso que de ella hacía el posterior genio del cuento de fantasmas M.R. James –mucho más directo y enfocado a la trama, aunque también admirador de Le Fanu-. Los cuentos de Joseph Sheridan son un paseo más calmado sobre lo que de negro hay en el alma del hombre, dejado entrever mucho más de lo que se muestra y edificando una atmósfera agobiante sobre capas de detalles en apariencia nimios, pero que poco a poco lograrán sacudirnos con su inquietante efecto. Desde la historia clásica de fantasmas en busca de paz (el ejemplo más clásico sería “El Fantasma de Madame Crowl”) hasta el relato en primera persona de una horrible venganza de ultratumba (como en “El Juez Harbottle”), los personajes y escenarios del escritor son un monumento a la frialdad victoriana, a ese post-goticismo que abandonaba los castillos en ruinas de Ann Raddclife y se deleitaba más en la locura del hombre. No hay nada más aterrador, de hecho, que la trama criminal de “La Habitación del Dragón Volador”, donde la angustia del enterramiento prematuro llega a recordarnos al mejor Poe. “El Tio Silas” es otro ejemplo perfecto de su estilo. De esa malsana influencia negativa que los eventos dejan en los lugares y en las personas, lo cual le convierte también en uno de los primeros escritores en desarrollar el ambiente propio de las historias de casa encantada. Es evidente que su aportación a la cultura popular en ese aspecto es importantísima, tanto en literatura como cine o teatro.

No quiero alargarme o citar más obras porque es mejor que cada uno las descubra por si mismo. Para todos los “conousieurs” y también principiantes en esto del horror literario del siglo XIX –ese fascinante mundo-, Le Fanu es sin duda parada obligada.

Aqui va una selección de carteles de films clásicos basados -algunos muy libremente- en "Carmilla":


"Vampyr" (1932)


"Et Mourir De Plaisir" (1960)


"La Cripta e L´incubo" (1964)


"Las Amantes Vampiro" (1970)


"Lust For A Vampire" (1971)


"Drácula y las Mellizas" (1971)


"La Novia Ensangrentada" (1972)


viernes, 27 de marzo de 2009

"LOS MUERTOS ANDAN" [The Walking Dead] (1963) De Michael Curtiz


A un hombre inocente le tienden una trampa una banda de gansters y es ejecutado en la silla eléctrica de forma injusta. Pero un “mad doctor” le dará una oportunidad para vengarse. Esa es, en líneas generales, la sencilla trama argumental de “Los Muertos Andan”, un esfuerzo de la Warner por capitalizar el horror fílmico que en aquella época seguía en manos de la Universal. Al igual que ocurrió décadas después con las “rivales” Hammer y Amicus, tenemos en este caso un primer ejemplo de “explotation” que usaba una estrella de la casa enemiga, por así decir. Nada menos que Boris Karloff –que en esta época rompía contrato con la Universal- acepta un escindido papel protagonista y se pone en las manos del excelente realizador Michael Curtiz, el cual aun no había rodado “Robin de los Bosques” ni “Casablanca”, pero ya nos había regalado algunas perlas del género como “Doctor X” y la primera versión de “Los Crímenes del Museo de Cera”, ambas con Lionel Atwill y Fay Wray derrochando carisma macabro. Curtiz había co-escrito el quión de “The Walking Dead” pensado en el mismo Boris, así que no es de extrañar que nos encontremos homenajes a “Frankenstein” por todas partes, empezando por ciertos toques del maquillaje de Karloff y, sobre todo, la escena de resurrección en el laboratorio, en la que ni siquiera falta que el científico loco, que aquí responde al nombre de Dr. Beaumont, exclame el consabido: “It´s Alive!” . No obstante, el film tiene una personalidad propia y resulta un entretenimiento de verdadero lujo para amantes del cine en general y del terror americano años 30 en particular. Cualquiera sentiría una punzada de emoción en aquella época cuando escuchó en la radio el siguiente mensaje publicitario:

“¡S-H-H-H-H! KARLOFF Se aproxima… Karloff, el Rey del Horror, en su más colosal obra maestra: ¡The Walking Dead! ¡Contemple como un hombre muerto regresa a la tierra de los vivos para vengar su propia muerte! (…) Hará que su carne cruja. ¡Provocará que su cabello se vuelva de acero!”

Resulta muy interesante la fusión que hace Curtiz en este film entre el “film noir” y el horror fílmico, ya que los primeros minutos de la trama desarrollan una ambientación y una trama más propias de los grandes clásicos del género negro que del terror tal y como se estaba construyendo en aquellos tiempos. No olvidemos que la propia Warner se estaba haciendo de oro por entonces con los clásicos protagonizados por Cagney, Bogart y demás iconos. La presencia en el film que nos ocupa de esos gansters, seres sin escrúpulos en colgarle a un hombre apacible el muerto (nunca mejor dicho) del asesinato de un prestigioso juez, así como los procesos policiales subsiguientes, eran prácticamente inéditos en el tipo de cine que nos ocupa, más habituado a cargar las tintas en las resurrecciones de ultratumba o los decorados siniestros que en un tono más cercano a la realidad de la América post-gran depresión. Escenas como la terrible caminata de Karloff, siendo ya un reo de muerte, hacia su destino en la silla eléctrica contienen un sub-texto anti-pena de muerte que quizás algunos directivos de Hollywood no supieron ver en su momento. Lo cierto es que dentro del propio equipo del film había una división de opiniones sobre la pena capital, siendo Karloff uno de sus principales detractores y cierto es también que los periódicos sí captaron el debate de la película y le dedicaron algunos artículos a dicha controversia. ¿Estamos ante un primer ejemplo de “obra de terror protesta”? No necesariamente. A pesar de cierta pincelada social como la que hemos comentado o ese arranque más deudor de Dashiell Hammett que de Mary Shelley, lo cierto es que los aficionados al terror clásico tenemos también motivos más que suficientes para pasar un buen rato. No es “Los Muertos Andan” una joya capital del género –en su contra juega quizás el pertenecer a una década que dio vida a obras mucho mejores que ella-, pero todo en ella funciona al más alto nivel y es por ello injusto que se la desprecie a veces como “una de serie B más” o un producto “para completistas de Karloff”, a pesar de sus muchas virtudes.

“Los Muertos Andan” fue uno de los primeros films que contaron con una novelización, en este caso en el magazine “pulp” “Movie Action Magazine” (Julio de 1936) y escrita por John L. Chambliss.

Además de la genial interpretación de la estrella del film, Curtiz consigue jugar con elementos sobrios pero efectivos. Momentos como la mencionada escena de resurrección del protagonista son rodados con un virtuosismo que consigue mantenerte pegado a la pantalla mientras se entrecruzan planos de descargas, electrodos, conmutadores y el hierático rostro de Karloff (que aquí luce su típica apariencia cadavérica acompañada de un siniestro mechón blanco en el cabello). Hay quien ha querido ver en este film un precedente de los “Frankensteins” de la Hammer y es cierto que hay cierta mezcla de horror descarnado y poética melancólica en el personaje que nos regala Boris. Sus ansias de venganza se mezclan de forma armónica con la personalidad amable que demostró en el arranque del film –una trama típica de los films de Terence Fisher al respecto-, y además es un músico que recuperará parte de su vida anterior gracias a las notas de un instrumento (el piano en este caso), igual que le ocurría a la desdichada criatura de “Frankenstein y el Monstruo del Infierno” con su violín. Una escena inolvidable sobre la que pivota toda la trama del film de Curtiz, sería el momento en el que el personaje de Karloff –ya redivivo- interpreta una pieza al piano para deleite de un público ignorante y entre el que se encuentran los delincuentes que le enviaron a la muerte. La mezcla de la música junto a las terroríficas miradas de Boris a todos y cada uno de los culpables, podían mandar en la época verdaderas oleadas de terror no solo a los gansters, sino también a los espectadores de cine. Por cierto, la estrella realmente sabía tocar el piano y como anécdota hay que contar que el señor Karloff se sintió especialmente ofendido por un comentario sobre el film publicado en el “New York Times”, en el que el crítico Frank Nugent señala a Boris como un mal pianista.

Todos estos momentos, junto a la trepidante escena final en el cementerio –que contiene un diálogo final magistral-, elevan a “Los Muertos Andan” muy por encima de otras propuestas de temática similar que se rodaron en la época y en posteriores años, por lo que sin duda merece un respeto y un revisionado.

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Y encima resulta que otro de mis blogs de referencia, la genialísima Abadía de Berzano me ha otorgado otro reconocimiento bloguero. Nada menos que el premio "Dardos" que según parece se concede “como reconocimiento de bienes culturales, éticos, literarios, y valores personales transmitidos en forma de escritura creativa y original. Estos premios fueron creados con la intención de promover la confraternización entre los bloggers, como forma de gratitud por el trabajo que añade valor a la Web.” ¡Ahi es nada! Muchísimas gracias y ahi van mis cinco premiados :

EL BLOG DEL SEÑOR PONS
PODER FRIKI
DIMENSIÓN FANTÁSTICA
HORAS DE OSCURIDAD
PAURA EXPRESS

lunes, 23 de marzo de 2009

DEMENTIA 13 (1963) De Francis Ford Coppola


Hablemos de la opera prima del laureado director Francis Ford Coppola, un thriller de corte fantástico con numerosos puntos en común con el cine de terror y, sobre todo, el misterio gótico. “Dementia 13” –de título original “Dementia”, pero que al existir un film anterior se le añadió el “13”- ha quedado reducida muchas veces a la categoría de curiosidad sin interés. Muchos opinan que es una peliculilla mediocre de un cineasta que aun no tenía las ideas muy claras en cuanto a realización y que se dedicó a pergeñar un refrito de melodrama de suspense y horror. Aunque es innegable que la película se resiente de un montaje algo confuso y apresurado –consecuencia de su adscripción a la categoría de películas baratas rodadas de prisa y corriendo, como muchas de las de su productor, el genial Roger Corman-, lo cierto es que Coppola supo trabajar con unos esquemas de género puro. Es difícil no pasar un buen rato con la cantidad de giros absurdos, violencia sangrante y música siniestra machacona si se es un enamorado del más barato cine de serie B, e incluso explotation (como detallaremos más adelante).

Como decíamos estamos ante la opera prima de Coppola aunque antes ya había llevado a cabo trabajos de re-montaje y un par de realizaciones no acreditadas dentro de la misma factoría Corman. Entre ellas algunas escenas adicionales de “El Terror” otra “rápida” de Corman con Boris Karloff y Jack Nicholson. Cuando el gran Roger se dio cuenta de que le sobraban un par de días (y algunos fondos económicos) para rodar en Irlanda –donde acababa de realizar parte de su film “Rivales Pero Amigos”, en la que Coppola había sido técnico de sonido-, se dirigió a su joven y prometedor director ofreciéndole la posibilidad de rodar un film de suspense rápido y barato, es decir, en el contexto de las “cheapies” o “quickies”, como eran llamadas. Coppola recibió el encargo de escribir un guión “al estilo de Psicosis” , con ese suspense psicológico y malsano que tan de moda se había puesto gracias al film de Hitchcock. El director se tomó al pie de la letra el encargo, hasta el punto de que estamos ante una verdadera copia –o “explotation”, como decíamos-, del argumento de “Psicosis”, aunque con un toque más chabacano y “thrashy”.

El gran argumento que convenció a Corman fue el asesinato con hacha que tiene lugar en el momento más álgido del metraje, en el que se despacha a un personaje que no revelaremos, pero que pensábamos en primera instancia que sería el protagonista de la película (al más puro estilo Janet Leigh), y ello unido a la atmósfera gótica de la mansión en la campiña irlandesa y a la inclusión de un misterio que incluye un asesino que al final descubrimos que era un demente con doble personalidad. Los parecidos con Norman Bates terminan ahí, pues la sinopsis también incluye un posible encantamiento de la casa por el fantasma de una niña que se ahogó en el siniestro lago cercano y un litigio entre los herederos de la millonaria dueña de la mansión. Ello dará lugar a la tópica trama gótica en la que un malvado heredero intentará volver loca a dicha señora haciéndola creer que en efecto el fantasma de la niña ronda la casa. Pero nadie contaba con la aparición de ese asesino del hacha, que se dedica a diezmar o amenazar a los protagonistas con propósitos oscuros.

En primer lugar hay que decir que a pesar del tono “amateur” de algunos encuadres y sobre todo del guión –que tiene algunos retruécanos que quedan colgados y nunca se explican-, hay que destacar algunos momentos de inspirada planificación por parte de Coppola. Las escenas de suspense están bien logradas y gozan de algunos planos bastante trabajados para ser una opera prima. A destacar la secuencia previa al asesinato del hacha, con unos inquietantes instantes bajo el agua en el que destacan una iluminación mortuoria y unos efectivos primeros planos del rostro de Luana Landers. Esta escena siempre la he relacionado, no se porqué, con otro momento de suspense acuático en “El Sabor del Miedo” de Seth Holt, rodada unos años antes con la misma idea de ser una respuesta a “Psicosis”. En aquel caso la siniestra anécdota tenía lugar en una piscina. La bajada a las catacumbas –con una macabra y efectiva decoración- también logra mantener el interés, así como las apariciones del asesino del hacha, siempre envuelto entre penumbras y que son precedidas de un clima amenazante conseguido con solo un par de efectos de sonido, además de la tenebrista fotografía en blanco y negro –algo pedestre, pero que quizás se deba a lo barato del material cinematográfico utilizado-. Los actores, en su mayoría desconocidos, están correctos en sus papeles, dado que son poco más que peones sin demasiado interés. Juguetes de la casa, colocados más como excusa para desarrollar la atmósfera y el golpe sorpresa final –la verdad es que no demasiado sorpresivo para el espectador atento- antes que para realizar verdaderos estudios de personaje.

Una escena añadida fue la del asesinato del personaje bufonesco interpretado por Kart Shanzer. Parece ser que Corman no quedó contento con el resultado y quiso incluir más crimenes, haciendo saltar algunas chispas entre él y Coppola. Debido a ello, otro asalariado de Corman, Jack Hill rodó esta y otras breves escenas para redondear la visión que el productor tenía de la película. También pensó que el metraje era demasiado reducido, así que añadió un prólogo con un psiquiatra haciendo un test al espectador para ver si estaban mentalmente preparados para soportar el horror de la película. Este absurdo postizo –que casi nos retrotrae a William Castle- por suerte no ha sobrevivido en todas las copias de la película, que hubiera estropeado el evocador y cruel comienzo del film, con el personaje de Anders deshaciéndose de un inesperado cadáver antes de los créditos. Momento en el cual escuchamos por primera vez la encantadora melodía macabra compuesta por Ronald Stein. Toda una delicia siniestra para fans de las bandas sonoras del horror clásico de serie B.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Biblioteca Haunted: LA GALLINA DEGOLLADA De Horacio Quiroga


Nunca es mal momento para recordar este maravilloso relato del horror más puro, escrito por el genial Horacio Quiroga en 1925. Un estudio frio y a la vez apasionado sobre la locura y lo monstruoso en un entorno aparentemente vulgar. El genial artista uruguayo fue conocido con el sobrenombre facilón de "El Poe Latinoamericano", y lo cierto es que algo de verdad contiene el mote, no solo por su prosa modernista y sangrante, sino también por las trágicas ciscunstancias de su vida. Solo alguien que realmente escribiera desde las vísceras podría haber creado un cuento tan inolvidable como "La Gallina Degollada". Y para añadir más maravilla, ¿quién mejor que el maestro Alberto Breccia para ilustrar el relato? El artista dibujó una versión en comic del cuento, guionizada por Carlos Trillo -otro infaltable- que es una de las mejores adaptaciones en viñetas de un cuento de terror.

Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que?...
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.
—¿Qué, no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.

No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.
De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces?. . .
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti. . . ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?...
—¡Nada!

—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...

—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron;, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio , y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Bertita a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.

Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

miércoles, 11 de marzo de 2009

JACK PIERCE (IMÁGENES DEL HACEDOR)


Como ya hay suficientes biografías, monográficos y rarezas sobre el gran Jack Pierce, maquillador jefe y máximo responsable del look de los monstruos de la Universal, nosotros vamos a dejar que las imágenes hablen y ver al maestro en su estudio. Trabajando con los iconos del género -famosas son sus peleas con Lon Chaney Jr.- y haciendo mágia con sus útiles de maquillaje. Asi hacemos fuerte presencia de una de las productoras de cine que más influyeron en la creación del horror como género, y a la que teníamos un poco olvidada en esta página. Especial mención al excelente blog Invasores Espaciales , de donde provienen la mayoría de las imágenes.